
Mi historia de dependencia emocional
A los 15 años, viví una relación que me atrapó sin darme cuenta. No era amor, aunque yo lo creía. Era dependencia.
Cada día giraba en torno a él. No importaba qué planes tenía, si existía la posibilidad de verlo, todo lo demás quedaba en segundo plano. Si me escribía un mensaje, mi corazón se aceleraba de felicidad. Si tardaba en responder, mi mente entraba en pánico.
Sin darme cuenta, mi felicidad dejó de ser mía. Se convirtió en una montaña rusa que él manejaba sin saberlo.
Las opiniones de los demás dejaron de importarme. Las amistades de toda la vida se fueron desdibujando, porque en mi mundo solo había espacio para él. Lo que a mí me gustaba, lo que yo quería, pasó a un segundo plano.
Con el tiempo, me convertí en una versión de mí misma que no reconocía. Insegura, frágil, dependiente. Me daba miedo hacer cosas sola. Sentía vergüenza hasta de hablar con un camarero si él no estaba.
Pero lo peor de todo no era la dependencia. Lo peor era cuando las cosas con él iban mal. Porque cuando él me fallaba, no tenía dónde sostenerme. Había construido mi mundo sobre una única persona y, cuando ese mundo temblaba, yo me derrumbaba con él.
Durante seis años viví así. Hasta que llegó el momento que lo cambió todo.
Me fui de Erasmus. De repente, estaba en otro país, con otra vida, sin él. Y tuve que aprender a vivir sin su presencia.
Al principio fue difícil. Me sentía vacía. Pero poco a poco, empecé a descubrir algo que había olvidado: yo tenía vida más allá de él. Hice amigos, salí, viajé, disfruté de pequeños momentos sin que mi felicidad dependiera de una notificación en el móvil.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí libre.
Y fue en ese momento, cuando construí una vida donde él no era el centro, cuando entendí la verdad: aquello no era amor, era una cárcel emocional.
Pude soltar. Pude cerrar ese capítulo. Y lo más importante: pude convertirme en alguien que no dependía de nadie ni nada para ser feliz.
¿Y qué tiene esto que ver con el voleibol?
Tal vez esta historia te suene. No por una relación de pareja, sino por la relación que tienes con el voleibol.
Si sientes que tu estado de ánimo depende de cómo juegas, si tu felicidad fluctúa según lo que dice tu entrenador, si sientes que sin el voleibol no eres nadie… puede que tu relación con el deporte no sea sana.
Lo mismo que me pasó a mí con aquella relación, le pasa a muchos jugadores con el voleibol.
Pero, igual que yo aprendí a vivir sin depender de una persona, tú puedes aprender a disfrutar del voleibol sin que tu felicidad esté atada a él.
¿Quieres saber si tienes una relación tóxica con el voleibol? Te lo cuento más abajo.
Así es una relación tóxica con el voleibol
A continuación voy a mostrarte con ejemplos reales del día a día del voleibol, como sería una relación un tanto insana con tu hobbie.
1. Dependencia emocional: tu felicidad depende del voleibol
Es sábado por la tarde, acabas de perder un partido. Estás en casa, pero no puedes disfrutar de la cena con tu familia. No tienes ganas de salir con amigos. Estás dándole vueltas a cada error, sintiéndote mal contigo mismo. Si hubieras ganado, estarías feliz y motivado, pero como perdiste, sientes que no vales nada.
Si ganas un partido, estás en la cima del mundo. Pero si pierdes, tu día se arruina.
Si tu felicidad depende del voleibol, no eres tú quien decide cómo te sientes, sino los resultados y el rendimiento. No controlas tus emociones, el voleibol las controla por ti.
2. Autoestima condicionada: solo te sientes valioso si juegas bien
Haces un error en un partido y el entrenador te saca del campo. Mientras estás en el banquillo, en lugar de seguir el partido, te repites a ti mismo: «Soy un desastre, seguro que no vuelvo a jugar». Al final del partido, el entrenador no te dice nada. Te vas a casa convencido de que no sirves para el voleibol.
Si haces un buen entrenamiento o un buen partido, te sientes confiado y seguro. Pero si fallas, tu autoconcepto se destruye. Tu valor personal depende de tu rendimiento.
Si juegas bien, te sientes valioso; si juegas mal, te sientes un fracaso. Esto genera ansiedad y miedo al error, lo que termina afectando aún más tu rendimiento, haciéndote jugar mal.
3. Miedo al abandono: no soportas la idea de que te dejen fuera
Durante la semana has entrenado mal, y llega el viernes. Estás obsesionado con la idea de que quizás no estés en el seis titular. Antes de que diga la rotación, ya estás nervioso. Cuando ves que no juegas, sientes que te han traicionado. No piensas en mejorar, solo en lo injusto que es todo.
Tienes pánico de no ser convocado, de perder la titularidad o de que tu entrenador o equipo te olviden.
Estás viendo el voleibol como una relación en la que tienes miedo de ser reemplazado. Esto te llena de ansiedad y hace que disfrutes menos del deporte.
4. Celos y comparación constante: siempre te sientes en desventaja
Un compañero recibe elogios del entrenador en el entrenamiento, pero tú no. Aunque sabes que lo hizo bien, en lugar de alegrarte, sientes que él es una amenaza. Esa noche, en casa, no puedes dejar de pensar en que tal vez él sea mejor que tú, y te obsesionas con demostrar que eres superior en el próximo entrenamiento.
Tu confianza se ve afectada cada vez que comparas tu rendimiento con el de los demás.
En lugar de enfocarte en tu propio proceso, vives pendiente de lo que hacen los demás. En una relación sana con el voleibol, te motivas con los compañeros; en una relación tóxica, los ves como enemigos.
5. Sacrificio extremo: el voleibol por encima de todo
Un amigo te invita a una cena el viernes, pero dices que no porque el sábado tienes partido. No porque necesites descansar, sino porque sientes culpa de hacer algo que no sea voleibol. Luego, en los entrenamientos, juegas con dolor, aunque tu cuerpo te dice que pares.
No hay nada más importante que el voleibol. Cancelas planes, sacrificas descanso y lo dejas todo por entrenar, incluso si eso te hace daño.
Crees que si no das el 100% todo el tiempo, no eres un buen jugador. Pero este sacrificio excesivo te lleva al agotamiento físico y mental, lo que termina afectando tu rendimiento y tu salud.
6. Incapacidad para desconectar: el voleibol está en tu mente 24/7
Es domingo, no hay entreno ni partido, pero sigues dándole vueltas a lo que hiciste mal el sábado. No puedes disfrutar de una película sin sentir que podrías estar viendo un partido para analizar jugadas.
No puedes parar de pensar en el voleibol, incluso en tus momentos de descanso.
No tienes equilibrio. Tu identidad se ha fusionado con el voleibol y sientes que si no estás pensando en él, estás perdiendo el tiempo.
Cuando el voleibol es lo único que importa… lo pierdes todo
Si estas situaciones te suenan familiares, puede que tu relación con el voleibol no sea sana. Así como en una relación de pareja tóxica, te has vuelto dependiente, inseguro y controlado por el deporte.
Pero aquí está la clave: el voleibol no es el problema. El problema es cómo te relacionas con él.
En la siguiente parte, veremos por qué sucede esto y cómo puedes transformar tu relación con el voleibol para que sea sana, estable y libre.
¿Por qué sucede esto?
Si el voleibol es un deporte que amamos, que nos motiva y que nos hace crecer, ¿por qué a veces terminamos atrapados en una relación tóxica con él?
La respuesta está en nuestro cerebro. No es que el voleibol tenga algo malo en sí mismo, sino en cómo nuestro cerebro procesa las recompensas, la validación y la incertidumbre.
Hay tres factores clave que nos llevan a esta dependencia emocional:
1. La necesidad de aprobación: cuando jugamos para gustarle a los demás
Desde pequeños, aprendemos que el reconocimiento externo nos da valor. En el voleibol, este reconocimiento viene del entrenador, los compañeros, los padres e incluso los compañeros de otros equipos del club o fuera.
Si nos acostumbramos a medir nuestro valor según la opinión de los demás, nuestra autoestima se vuelve frágil y dependiente.
Es como si, un jugador se esfuerza en cada entrenamiento no porque disfrute mejorar, sino porque necesita que el entrenador lo reconozca. Si el entrenador lo elogia, se siente valioso. Si no le dice nada, empieza a dudar de sí mismo.
Este genera dependencia emocional ¿por qué?
Porque el jugador no juega para sí mismo, sino para la validación externa. Su motivación no viene de dentro, sino de la aprobación de otros. Esto lo vuelve vulnerable: si no recibe ese reconocimiento, su autoestima se desploma.
🛑 Esta dependencia provoca ansiedad, miedo al error y una presión constante por ser «suficientemente bueno» para los demás.
2. El refuerzo intermitente: la trampa de la incertidumbre emocional
El refuerzo intermitente es un principio del condicionamiento operante: cuando una recompensa no es constante, sino impredecible, se vuelve más adictiva. Es el mismo principio que usan los casinos con las máquinas tragaperras. Nuestro cerebro se engancha a lo que a veces nos da recompensa y a veces no.
Un jugador puede hacer un entrenamiento excelente y recibir elogios, pero al día siguiente hacer lo mismo y no recibir ninguna respuesta. O puede jugar bien pero perder el partido y no obtener la recompensa esperada.
Y esto puede acabar en problemas, ¿por qué?
- El jugador queda atrapado en un juego de «voy a esforzarme a ver si esta vez obtengo el premio».
- Vive en tensión constante, porque no sabe cuándo recibirá validación.
- Aumenta la ansiedad, porque su autoestima queda a merced de factores externos (decisiones del entrenador, estado del equipo, etc.).
Este tipo de refuerzo genera una relación obsesiva con el voleibol. Como no siempre recibe la validación, intenta jugar mejor y mejor para conseguirla, pero al no tener control total sobre el resultado, sufre ansiedad y miedo al fracaso.
La cuestión no es que trato de mejorar sino desde que lugar trato de hacerlo. En este caso hay que diferenciar dos situaciones:
- Si un jugador se frustra, se obsesiona y su autoestima baja cuando no recibe validación, está cayendo en la trampa del refuerzo intermitente. Esto es dependencia emocional.
- Si un jugador acepta que debe mejorar y trabaja para ello, tiene control sobre su progreso. Esto es sano. Y lo que debe ocurrir.
3. La vía de la dopamina: la adicción al éxito y al reconocimiento
La dopamina es un neurotransmisor relacionado con el placer y la motivación. Se libera cuando anticipamos o logramos algo satisfactorio, como ganar un partido, recibir elogios de un entrenador o hacer una jugada espectacular. Pero el problema es que, cuando la dopamina se convierte en nuestra única fuente de felicidad, nos volvemos adictos a ella.
Imagina que un jugador hace un saque increíble en un momento clave del partido y su equipo gana. Todos lo felicitan, el entrenador lo menciona en la charla final y sus compañeros lo celebran. Su cerebro libera dopamina, lo que genera una sensación de placer y refuerza la idea de que su valor como jugador (y persona): necesita el éxito para sentirse bien.
En este caso, eso acaba generando que:
- El jugador comienza a perseguir desesperadamente ese «subidón» de dopamina, lo que lo hace obsesionarse con el rendimiento.
- Si no recibe validación (porque falla o simplemente no es protagonista), entra en frustración y ansiedad.
- Se acostumbra a que el placer viene solo del éxito, lo que lo hace incapaz de disfrutar del proceso, deja de buscar el disfrute del juego en sí mismo y solo se enfoca en obtener la «dosis» de dopamina.
Entonces, ¿qué hacemos con esto?
Ahora que entiendes por qué tu cerebro te hace dependiente del voleibol, la pregunta es: ¿cómo rompemos este ciclo y construimos una relación sana con el deporte?
Aquí es donde entra el PsicoTruco.
Sigue leyendo, porque vamos a transformar tu relación con el voleibol para siempre.
El PsicoTruco para liberarte de tu relación tóxica con el voleibol
Ya sabes qué te está pasando. Ya has visto cómo tu relación con el voleibol ha dejado de ser algo sano y se ha convertido en una dependencia emocional.
Pero, ¿y ahora qué? ¿Cómo salir de ahí?
La clave está en cambiar la forma en la que te relacionas con el voleibol, hacer que pase de ser una necesidad a ser una elección, de una obsesión a una pasión saludable. Y para eso, hay algo que quiero que entiendas antes de empezar:
El voleibol es parte de tu vida, pero no es toda tu vida.
Y lo vas a comprobar con este ejercicio.
Ejercicio para transformar tu relación con el voleibol
1️⃣ Identifica qué es lo que más te atrapa
Si has llegado hasta aquí es porque, de alguna manera, el voleibol te tiene enganchado. Pero, ¿qué es lo que más te ata a él?
Piensa en esto y responde con total sinceridad:
- ¿Es la validación del entrenador o de tus compañeros?
- ¿Es el miedo a no ser suficiente sin el voleibol?
- ¿Es la sensación de vacío que sientes cuando no estás en una cancha?
- ¿Es el subidón de adrenalina cuando las cosas salen bien?
Lo que sea que hayas respondido, es tu ancla. Y es lo que tenemos que romper, y lo que vamos a romper.
2️⃣ Hazte esta pregunta clave:
¿Qué queda de ti si mañana el voleibol desapareciera de tu vida?
Si la respuesta es «nada», tenemos un problema. Pero no te preocupes, vamos a arreglarlo.
Haz una lista de todo lo que eres más allá del voleibol:
- Tus habilidades (por ejemplo, «soy bueno motivando a la gente»)
- Tus pasiones (lo que disfrutas fuera de la cancha: leer, ir al cine, salir a pasear…)
- Tus valores (qué es lo que realmente te define)
Si te cuesta encontrar respuestas, es una señal clara de que has estado invirtiendo demasiado en el voleibol y poco en construir otras partes de ti.
3️⃣ Rompe el ciclo de la validación externa
Cada vez que tu mente busque aprobación en el voleibol, cambia el enfoque. Los siguientes ejemplos te ayudarán a ello:
❌ «Si el entrenador no me felicita, no lo hice bien.»
✅ «Lo hice bien porque di mi máximo esfuerzo y aprendí algo.»
❌ «Si fallo en el partido, soy un desastre.»
✅ «Un error no me define, lo que hago después de él sí.»
4️⃣ Entrena tu cerebro para disfrutar sin depender del éxito
A partir de hoy, antes de cada entrenamiento o partido, pregúntate:
- ¿Qué voy a disfrutar hoy, más allá del resultado?
- ¿Cómo puedo valorar lo que hago sin que dependa de lo que otros piensen?
Haz esto un hábito y empezarás a notar el cambio.
5️⃣ Crea una vida fuera del voleibol
Si el voleibol es lo único que tienes, no es raro que te sientas vacío cuando no juegas. Por eso, necesitas algo más.
Empieza por pequeños pasos:
- Dedica al menos un día a la semana a algo que no tenga nada que ver con voleibol.
- Rodéate de personas que no te valoren solo como jugador, sino como persona.
- Desarrolla otros intereses y recuerda que el voleibol es parte de tu identidad, pero no lo es todo.
La clave final: el voleibol no te completa, te acompaña
¿Recuerdas cómo comenzó este post? Te conté mi historia, la de una relación donde mi felicidad dependía de una persona.
Al principio creí que sin él, yo no era nadie.
Que sin él, mi vida no tenía sentido.
Que sin él, yo no podía ser feliz.
Pero cuando aprendí a construir mi vida más allá de él, descubrí que podía ser feliz sin necesidad de depender de alguien más.
Con el voleibol pasa lo mismo. No necesitas que el voleibol te haga sentir valioso, porque ya lo eres.
Tú decides cómo te relacionas con este deporte. Puede ser una prisión o una pasión.
Está en tus manos.
Haz el ejercicio. Date la oportunidad de descubrir quién eres más allá del voleibol. Porque cuando lo hagas, jugarás mejor, disfrutarás más y, lo más importante… serás verdaderamente libre.
Cuéntame en los comentarios: ¿qué has descubierto sobre tu relación con el voleibol?
Te veo la semana que viene😝
¿Qué haré una semana sin ti, Mar?
Yo también me lo pregunto…
Pero no te preocupes. Por Instagram (@mardurannn) el 14, día de San Valentín habrá un video especial y a lo largo de la semana habrá contenido muy chulo relacionado con todo esto.
¿Mar, no hay charlas este año?
Pues sí, ya ha está el 3er episodio de El Juego Interior del Voleibol y te dejo por aquí la segunda entrevista: El miedo a la lesión y cómo afrontar un error con Fran Ruiz, receptor del Vidya Viridex Sabaudia:
Más contenido que te va a interesar:
Tu post de cada lunes,
hasta la semana que viene😉
Mar Durán 🏐 Psicóloga del Voleibol